El lenguaje, lo real (diferente de la realidad y, paradójicamente,
sustitutivo de ella) "apareció" como única posibilidad de hacer
verosímil lo que no podía ser aprehendido: el eterno fluir, la realidad. El ser
humano es un ser de carencias. El lenguaje es en el hombre el lugar de la
carencia. Así, la magia -una forma del lenguaje- es representación imaginaria y
simulación ritual (simbólica) con la que se satisfacen en buena medida las
privaciones, las angustias, los sufrimientos del individuo y del grupo. Ella
estuvo en el origen de todas las prácticas significantes de la humanidad, en
las que la palabra articulada y su posterior escritura fueron decisivas para el
avance de la especie.
Viniendo al presente, una buena obra literaria (El Quijote, por
ejemplo,) puede ser leída aquí, ahora, o en otro tiempo y lugar y nada pierde
de su magia. Su autor-narrador es un mago. Tal como son magos los autores
anónimos, pues la magia está en sus obras. Los lugares de lectura serán más o
menos solemnes, pero es la magia de su lenguaje la que es inherente a la obra.
No obstante, "el lector" es quien debe hallarla, rastrearla, vivirla
a su manera, lo cual implica "una" transformación; es el lector quien
se transforma en esa lectura (lecto-escritura), con la decodificación, el
sondeo, el descubrimiento de sí mismo, como sujeto lector que es, como
lector-autor, como individuo. Por ello, el lector del que hablamos, es
también un mago.
Con lo anterior no se
quiere dar a entender que se esté disimulando o intentando desconocer la
presencia continua de lo mágico primitivo, ni de los fantasmas colectivos de la
humanidad; de ninguna manera. Valga aquí traer a colación el parlamento de un
personaje de Hermann Hesse:"cada uno de nosotros es en el ser total del
mundo, y del mismo modo que nuestro cuerpo integra toda la trayectoria de la
evolución, hasta el pez o incluso más atrás aún, llevamos también en el alma
todo lo que desde un principio ha vivido en las almas de los hombres. Todos los
dioses y todos los demonios habidos entre los griegos, los chinos o los cafres,
todos están con nosotros, están presentes, como posibilidades, deseos o
caminos."
Y aquí seguimos, en
la superficie agitada del espeso mar enlodado en que nos movemos con
dificultad. Hacemos parte activa de este mundo masificado que culebrea y da
tumbos bajo el terrorismo de los estados, de los fanatismos, de los grandes
bancos y de los tecnologismos. Como decía C. G. Jung en 1927: "Nuestros
temibles dioses sólo han cambiado de nombre, el cual acaba ahora en
"ismo"." Somos producto de sociedades esclavas del
miedo al día y a la noche; a la vejez y a la muerte. Estamos demasiado
acostumbrados a la explotación, la mendicidad, los lamentos, la represión del
ser y la represión de los ejércitos.
Por eso es que los
amigos poetas nos confabulamos con la magia de la palabra, con la magia del
sueño, de las utopías alcanzables, del dedo en la llaga,... la creación en la
vigilia, el soplo divino y el enigma de la vida. Es también por esto, que
muchos preferimos decir como dijera F. Nietzsche en 1864:
Quiero conocerte,
Desconocido,
que estrujas lo
profundo de mi alma,
y atraviesas mi vida
como una tormenta,
tú, Inabarcable,
pariente mío.
Quiero conocerte,
incluso servirte.
Es allí, en lo
oculto, donde se encuentra con frecuencia la verdad del artista y la verdad del
lector, y es en su expresión, en su obra, su lectura, donde se encuentra lo que
los convierte en magos a los dos.
Darío Iturregui D.
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