viernes, 2 de marzo de 2018

SACAR TIEMPO PARA POEMAR




Imagen tomada de: http://bit.ly/2om6QSv

Pasan los años, los días y las horas se desmenuzan tanto que se convierten en segundos casi fatuos. ¿Qué es la vida, el tiempo, los instantes que pasan por en frente de uno y lo miran de lado mientras cruzan incansables? La vida pareciera un columpio. Es un juego de niños para colgarse del viento y mecer las ilusiones. Que alguien lo impulse hasta subir y verse por encima de las nubes y del aire.
Sí. Se columpia uno, sin estar en el patio entre dos troncos que sostienen el lazo donde alguien se mece y se va y vuelve para alzar la mirada y elevarse de esta realidad que lo envuelve. Vuelve uno la mirada hacia atrás y solo queda aire, sensación de vértigo, de saber que el juego es tan solo de minutos fugaces, que huyen.
Es una parodia para entrar en la materia del día. Tiempo para dedicarlo a poemar. Qué palabra tan sonora. Poemar, suena a poesía y mar, marejada a borbotones para deleitarse en un banquete de palabras, imágenes, sonidos y balbuceos de labios que se mecen como en un columpio.
Poemar. Meterse como en el mar a chapucear, a sacarle espuma a las aguas verdes, a meterse entre los cabellos del agua y rodar por entre ellos montado en ese caballito de orejas enhiestas y paso de trote brioso.
Poemar, sí. Tomar palabras propias o ajenas y comérselas y saborearlas casi con la boca abierta, como probándolas, sintiendo su sabor, su sal a punto o su dulzor de durazno maduro. Poemar, sentados junto a un cuaderno para consentir sus hojas escribiendo las palabras que destilan dulzura, música, amor, recuerdos gratos, recuerdos, añoranzas, saudades no canceladas. Sí, eso es poemar. Trenzar palabras que hilen ideas, que hagan levantar sombras de fantasmas que alguna vez vistieron formas y nos dieron la espalda.
Poemar. Volver a leer a Neruda, a Guillermo Valencia, a Teresa de Ahumada, a Fray Luis de León, a Quevedo, al Dante y caminar con él y Virgilio y Beatriz. Oh, los poetas más amados. Oh, por el camino de Amherst junto a su perro Carlo, desde el tabernáculo de alabastro y los lirios y abejas de Emily Dickinson. Otra vez será para acompañar por los mares a Homero y otra para oír a Títiro tocar la avena bajo la higuera, cuando “la tarde se llena de las sombras que cubren los montes hasta que se apaga la luz”… Ah, sus églogas y bucólicas…
Poemar. Ahh, confeccionar al azar una plana en el cuaderno de notas o la cuartilla de ámbar con palabras al azar que salgan de nuestros dedos. Darse el placer de homenajear seres e imágenes y llenar los ojos y nuestro imaginario con las palabras más dulces de nuestro diccionario diario… Puede ser el poemar más profundo de toda nuestra vida.
Poemar. Echarnos a volar con Meira Delmar, Silva, Pombo, Barba Jacob o la canción de Javier Solís, Club Verde. Hagamos la prueba, pues.
18-02-18                                          11:50 a.m.
Publicado originalmente en El Bulevar de los días. Proclama Norte del Cauca



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