miércoles, 13 de diciembre de 2017

EN LA MUERTE DE 'MANUEL JOSÉ SIERRA RUEDA'


                        EPISTOLARIO GRÁVIDO POR LA PASCUA DE MANUEL 

               

Armenia, 26 de noviembre de 2017


Maestro Jairo:

Cordial saludo.

Con la aciaga noticia de la sorpresiva y absurda muerte de Manuel J. al rodar por unas escaleras de la Fundación Domus Teatro en la ciudad de Cali, se me ha devuelto la película de no menos de cuarenta años de amistad con el viejo maestro. Me parece oportuno, estimado Jairo, traer a colación su columna de La Crónica del Quindío intitulada Elogio al buen Maestro, de mayo 18 del año corriente, en la que expresa usted al final de la misma: «Como Nietzsche, direccionaron sus reflexiones hacia la superación de una educación falta de pensamiento crítico y filosófico. Una educación democrática como un puesto de combate de ideas». Y citaba en la misma a dos grandes personalidades del pensamiento y la cultura en Colombia, Fernando González y Estanislao Zuleta, como ejemplo del discípulo que supera al maestro y que se supera a sí mismo. Pues ése fue también, a su manera y en su estilo, Manuel José Sierra Rueda. Ahora que está muerto es que recuerdo a un poeta querido el cual muchos devoramos siendo jóvenes, me refiero a Nikos Kazantzakis -el mismo de la película «Zorba el griego» que a tantos cautivó-, quien decía que los maestros son los que se ofrecen ellos mismos como puentes, por los cuales invitan a cruzar a sus alumnos, y que tras haber facilitado el cruce se desmoronan alegremente, al tiempo que los alientan a que busquen otros espacios y creen sus propios puentes. Sí, Manuel fue un amigo y un maestro hecho para la provocación del pensamiento, el cruce de caminos, la autosuperación en la alegría de la escritura y la confrontación en las tablas del teatro. Manuel, al que no volví a ver en lo que va de este siglo, pero al que siempre he tenido presente en mis mejores recuerdos de cuatro décadas. 

Hay personas que llegan a nuestra vida y muy pronto se van; otras se quedan un tiempo -corto o largo- dejando huellas en el corazón y ya nunca uno vuelve a ser el mismo. Manuel es una de esas personas, me dejó hondas enseñanzas de amigo presto y de maestro incitador al cambio. Paz en su tumba. 


Atentamente


Darío.




Armenia, 26 de noviembre de 2017

Hola Darío: 

Observando la foto que me envía Rosso y cayendo en la cuenta del segundo apellido que usted pone de presente, se me vino la imagen del teatrero y dramaturgo español Lope de Rueda. Dos coincidencias que los atan: Manuel como Lope fueron dos dramaturgos trashumantes: Lope en una carreta recorriendo plazas y barrios en Sevilla, y Manuel con tulas y maletos recorriendo los pueblos del Quindío (donde usted fue uno de sus histriónicos). Lope fue el pionero del teatro tragicómico español del cual bebieron todos, incluso Cervantes, que a sus 18 años vio por primera vez su teatrín marcando su propio estilo de escritor de comedias, farsas y entremeses. Sierra Rueda, venido de la capital, pero oriundo de San Gil, Santander, aglutinó en la Universidad del Quindío a todos los que atraídos por el afán de airear el ambiente rancio y parroquial de la provincia accedieron a su invitación. De esa experiencia floreció el teatro en el Quindío, apareciendo grupos como Casa Grande, Falcada, y otros. Hoy en día ha proliferado esta actividad y casi todos lo recuerdan como a un hombre-actor que con su serenidad y paciencia fue el abuelo bueno del teatro en esta parte de la Colombia desangrada. 

Abrazos. 

Jairo 



EN EL CEMENTERIO


En el cementerio caleño Jardines del Recuerdo, los asistentes, congregados en austera ceremonia junto al ataúd con el cadáver de Manuel, uno de sus más leales amigos de muchos años, Rubén Darío López, pronuncia unas sentidas palabras; acto seguido ofrece el micrófono a quien quiera decir algo antes de bajar el féretro a la tierra. Al instante, el escultor Roselved Pérez G. (Rosep) -venido desde Armenia- se decide de primero en tomar el micrófono... y declama de manera dramática: Definiciones para esperar mi muerte, del inolvidable Homero Manzi.


DEFINICIONES PARA ESPERAR MI MUERTE

Puedo cerrar los ojos lejos de las pequeñas sonrisas que conozco
escuchando estos ruidos recién llegados
viendo estas caras nuevas
como si de pronto los mil lentes de la locura
me trasladaran a un planeta ignorado.

Estoy lleno de voces y de colores
que juraron acompañarme hasta la muerte
como amantes resignadas al breve paso de mi eternidad.
Sé que hay recuerdos que querrán abandonarme
sólo cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra.

Sé que hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia.
Sé que mi nombre resonará en oídos queridos
con la perfección de una imagen
y también sé que a veces dejará de ser un nombre
y será sólo un par de palabras sin sentido.

Estoy lleno de voces y de colores
unas veces recogidos en el sonambulismo de la marcha
otras inventados tras mi propia soledad
con ellos se integrará un cortejo final de despedida
se cambiarán en lágrimas y palabras piadosas.

Pero hoy, en medio de lo que todavía no he podido amar,
evoco a los marinos encerrados en las paredes altas de la tormenta
a los soldados caídos sobre yerbas lejanas
a los peregrinos que duermen bajo la sombra de árboles innominados
a los niños que yacen contemplando el yeso de los hospitales
y a los desesperados que entregan el último gesto
frente al paisaje final e instantáneo de la demencia.

(Homero Manzi)

Luego de tan dramática declamación, enciende su celular y lee con inspirado acento los versos que le enviara otro amigo el día del velorio:     

LA COMEDIA HA TERMINADO

«En los estrados de Dios»
(Manuel José Sierra. In Memoriam)

Otro teatro... Sin improvisación.

-...Señor Dios, allá al pie dejo mis cuentos,...
monólogos, diálogos y advocaciones,
algunos con un ala rota, aunque bien corren.
He escrito con humo la idea de tomar
con nuestro sino efímero lo arcano.
Queda la ceniza del anhelo...
y en este huir de mortales desplazados
a través de rutas o destinos, acaso mutilados, 
en nuestro afán de mejores convivencias 
recogemos truncos numerosos caminos.
Allá dejo los cuentos, con un ala rota... pero vivos.
El del vuelo del Espantapájaros, digamos,
que astilló sus caminos en las sombras 
festivas y ebrias de un cabodeaño cualquiera.
O el del Quijote, Señor, casi De La Mancha...
el mío propio -quiero decir- el del quijote que fui
durante tantos años, 
menos que un loco, 
un quijote lunático...

Mas, Señor Dios, 
se le ha escapado a Usted también de la mano
el haber podido asir con lo efímero lo arcano.
Quedan truncos los caminos de la tierra
al dolor que se siente y que se nombra.

Y yo sigo confiando, entre luces y sombras,
en quienes visitan a los muertos en los cementerios,
en la esperanza humilde y en la comunión cercana 
de los niños y los jóvenes que los acompañan.


(Donisio Stefan)
Integrante del Grupo Esperanza y Arena, de Bogotá.


MENSAJE HALLADO EN UNA BOTELLA


Tres días después del entierro de Manuel José, otra vez llueve a cántaros al sur de Cali, las aguas inundan la avenida quinta. En una esquina, un transeúnte se escampa en el alero de un negocio; parado sobre una caja vacía de cerveza que le han facilitado observa con cara preocupada cómo sube la inundación, papeles y bolsas plásticas giran arremolinadas al remansar en el recodo de la tienda; de pronto, el fortuito transeúnte ve flotando muy cerca de sus pies una botella de vidrio de forma poco usual, se agacha y la rescata; es una botella  idéntica a un pomo de cristal de esos en que guardaban sustancias los boticarios de la farmacias antiguas; de boca amplia y con tapa gruesa de corcho, la botella deja ver en su interior una hoja enrollada. Visiblemente sorprendido, el hombre saca su pañuelo y seca la botella con cuidado... «¡Esto es increíble!» murmura el sujeto para sus adentros... y procede a remover el corcho del frasco achaparrado. La hoja, enrollada y amarrada con una delgada cinta roja, sale con facilidad. El hombre abre su bolso de calle y deposita en él la botella con el corcho… En este momento de la historia, la inundación ha perdido todo interés para él. Desenrolla, ansioso, aunque con gran cuidado, la pequeña hoja como si se tratara de un secreto antiguo y lee en silencio lo siguiente: 

«Amigos: 

“La comedia ha terminado”.

“Solo sobreviven los aplausos que amasan el alma y el recuerdo”.

“Los textos que hemos compartido son bálsamo para los dolores del barro y fragilidad que nos envuelve”.

“La vida es primero un eterno monólogo, luego un drama o comedia y, finalmente, un verso en un epitafio”.

“Con la muerte culmina la función. El teatro de la vida cierra sus puertas y por las calles deambulan los recuerdos cogidos de la mano con la memoria. Quizás, a la vuelta, en la esquina, en el bar de la nostalgia y soledad, se embriaguen y lloren eternamente. O, tal vez, sean osados y viajen con el viento por el universo de la paz y alegría del deber cumplido. Dentro, en el recinto sacro de las tablas, un fantasma sonreirá, llorará, hablará, callará...”

Fraternalmente

Helmo’s Bosali»

El hombre, trepado en una caja vacía de cerveza cual náufrago de la posmodernidad, repasa a media voz el mensaje en letras negras escritas en una máquina al parecer de las Remington viejas, la enrolla de nuevo, la introduce en la botella y le pone el corcho. Sonríe feliz, piensa que su sobrino podría montar en el colegio una bonita obra de teatro.


Compilador:
Darío Iturregui Duque
Armenia, 12 de diciembre de 2017