lunes, 12 de febrero de 2018

CUENTO INFANTIL DE LEONOR RIVEROS


LAS ALAS DE LA LUNA



El sábado los animalitos nocturnos estaban callados. ¿Por qué están tan tristes? , se preguntaban los montes, los árboles y hasta el arroyuelo que bajaba sus cantos de agua;  también la llovizna que golpeaba arriba, sobre las tejas de casas preciosas, pintadas de rojo radiante y blanco inocente, que por dentro llenas de risas de alegría y niños haciendo tareas o hablando con los padres que les contaban cuentos antes de dormirse.
Mientras tanto, los animalitos, esperaban atentos, cada uno en su alcoba descorría la cortina y miraba y miraba, pendiente de ver salir la luna por algún rinconcito de nuestra galaxia pero ella por ningún lado se asomaba.
Acurrucados, temblando de frío y sin pronunciar palabra, vieron pasar las horas: las primeras, cortas, cortas y las últimas, largas, largas. Muchos minutos estuvieron erguidos mirando cómo pasaban las horas y su amiga fiel, la luna, no dejaba ver su preciosa estampa colgada en el cielo. Y como no pudieron verla, de sus habitaciones, nunca salieron.
Las nubes que viajaban por ese mismo cielo, abrigado con velos oscuros, merodeaban la zona, montadas en carruajes invisibles conducidos por el viento… dieron muchos giros esperando ver aquellos seres vivos pequeños, escuchar sus voces y admirar su encanto. Contaron una por una, casi todas las estrellas y ¡nada! “Todos se perdieron”, con una mueca de tristeza inmensa, murmuraron para sus adentros.
A la medianoche, tristes y cansados de mirar el cielo, con síntomas de tortícolis en grado sumo, se reunieron junto a la fogata y decidieron irse dormir. Así fue que el bosque los pilló en estricto orden caminando hacia sus aposentos: los grillos callados, las pulgas llorando, las chicharras gimiendo, las ranas bostezando, las cigarras protestando, el búho pestañeando sus pisadas, las libélulas tiritando sus alas y las luciérnagas apagando sus luces.
El domingo, cuando el sol se ocultó, todos salieron en riguroso desfile para hacer la misma travesía nocturna hasta el lugar de siempre. Marchaban expectantes, haciendo comentarios sobre lo sucedido el día anterior. Se dirigían a paso largo por el mismo sendero que los vio  marcharse cabizbajos a descansar en sus guaridas, madrigueras, cuevas y nidos.
¡La sorpresa fue inmensa! ¡Tan grande como la luna que los esperaba con sus alas blancas! Desde su tremenda altura batió primorosa cada una de sus plumas y les envió un beso que les entregó la brisa.
Estaban felices, llenos de alegría, juntaron sus habilidades artísticas y solamente para ella dedicaron el concierto de animales nocturnos. Sí, para ella: su adorada Luna que los ilumina, los guía y acompaña por esos caminos henchidos de sombras.
Así fue que los animalitos demostraron sus dotes: los grillos cantando, las pulgas saltando, las chicharras bailando, las  ranas brincando, las cigarras silbando y el búho mirando la fiesta; las libélulas brillando sus matices y las luciérnagas refulgiendo de esplendor en la tarima.
Lo que ignora el mundo y sus alrededores, es que mientras esa luna con alas está ausente,  también extraña la presencia de aquellos pequeños e insignificantes seres que le rinden homenaje cada vez que aparece de nuevo entre nubes, velos y carruajes invisibles que adornan el trono que han hecho para ella exclusivamente.  
Cuentan que cada vez que la Luna se marcha y los bichitos nocturnos no pueden verla, es porque está bastante ocupada, trayendo para ellos, para las familias, para el bosque y para la Tierra entera, blanquísima luz que le entrega un ángel y ella guarda bajo su plumaje para que el universo en la oscuridad no muera.

Tomado de Cuentos para soñar en el Concurso de cuentos infantiles de Ojos Verdes Ediciones


1 comentario:

  1. Gracias Guillermo y Clemencia por la publicación. Está hermosa esa imagen.

    Que este blog sirva para dar a conocer el arte de la poesía y la narrativa y también para sembrar en grandes y pequeños, el gusto por la lectura.

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