CUENTO
INFANTIL DE LEONOR RIVEROS
LAS ALAS DE LA LUNA
El sábado los animalitos nocturnos
estaban callados. ¿Por qué están tan tristes? , se preguntaban los montes, los
árboles y hasta el arroyuelo que bajaba sus cantos de agua; también la llovizna que golpeaba arriba, sobre
las tejas de casas preciosas, pintadas de rojo radiante y blanco inocente, que
por dentro llenas de risas de alegría y niños haciendo tareas o hablando con
los padres que les contaban cuentos antes de dormirse.
Acurrucados, temblando de frío y
sin pronunciar palabra, vieron pasar las horas: las primeras, cortas, cortas y
las últimas, largas, largas. Muchos minutos estuvieron erguidos mirando cómo
pasaban las horas y su amiga fiel, la luna, no dejaba ver su preciosa estampa
colgada en el cielo. Y como no pudieron verla, de sus habitaciones, nunca
salieron.
Las nubes que viajaban por ese
mismo cielo, abrigado con velos oscuros, merodeaban la zona, montadas en
carruajes invisibles conducidos por el viento… dieron muchos giros esperando
ver aquellos seres vivos pequeños, escuchar sus voces y admirar su encanto.
Contaron una por una, casi todas las estrellas y ¡nada! “Todos se perdieron”,
con una mueca de tristeza inmensa, murmuraron para sus adentros.
A la medianoche, tristes y cansados
de mirar el cielo, con síntomas de tortícolis en grado sumo, se reunieron junto
a la fogata y decidieron irse dormir. Así fue que el bosque los pilló en
estricto orden caminando hacia sus aposentos: los grillos callados, las pulgas
llorando, las chicharras gimiendo, las ranas bostezando, las cigarras
protestando, el búho pestañeando sus pisadas, las libélulas tiritando sus alas
y las luciérnagas apagando sus luces.
El domingo, cuando el sol se
ocultó, todos salieron en riguroso desfile para hacer la misma travesía
nocturna hasta el lugar de siempre. Marchaban expectantes, haciendo comentarios
sobre lo sucedido el día anterior. Se dirigían a paso largo por el mismo
sendero que los vio marcharse cabizbajos
a descansar en sus guaridas, madrigueras, cuevas y nidos.
¡La sorpresa fue inmensa! ¡Tan
grande como la luna que los esperaba con sus alas blancas! Desde su tremenda
altura batió primorosa cada una de sus plumas y les envió un beso que les
entregó la brisa.
Estaban felices, llenos de alegría,
juntaron sus habilidades artísticas y solamente para ella dedicaron el
concierto de animales nocturnos. Sí, para ella: su adorada Luna que los
ilumina, los guía y acompaña por esos caminos henchidos de sombras.
Así fue que los animalitos
demostraron sus dotes: los grillos cantando, las pulgas saltando, las
chicharras bailando, las ranas
brincando, las cigarras silbando y el búho mirando la fiesta; las libélulas
brillando sus matices y las luciérnagas refulgiendo de esplendor en la tarima.
Lo que ignora el mundo y sus
alrededores, es que mientras esa luna con alas está ausente, también extraña la presencia de aquellos
pequeños e insignificantes seres que le rinden homenaje cada vez que aparece de
nuevo entre nubes, velos y carruajes invisibles que adornan el trono que han
hecho para ella exclusivamente.
Cuentan que cada vez que la Luna se
marcha y los bichitos nocturnos no pueden verla, es porque está bastante
ocupada, trayendo para ellos, para las familias, para el bosque y para la
Tierra entera, blanquísima luz que le entrega un ángel y ella guarda bajo su
plumaje para que el universo en la oscuridad no muera.
Tomado de
Cuentos para soñar en el Concurso de cuentos infantiles de Ojos Verdes
Ediciones
Gracias Guillermo y Clemencia por la publicación. Está hermosa esa imagen.
ResponderEliminarQue este blog sirva para dar a conocer el arte de la poesía y la narrativa y también para sembrar en grandes y pequeños, el gusto por la lectura.