EPISTOLARIO GRÁVIDO POR LA PASCUA DE MANUEL
Armenia, 26 de noviembre de 2017
Maestro Jairo:
Cordial saludo.
Con la aciaga noticia de la
sorpresiva y absurda muerte de Manuel J. al rodar por unas escaleras de la
Fundación Domus Teatro en la ciudad de Cali, se me ha devuelto la película de
no menos de cuarenta años de amistad con el viejo maestro. Me parece oportuno,
estimado Jairo, traer a colación su columna de La Crónica del Quindío
intitulada Elogio al buen Maestro, de mayo 18 del año
corriente, en la que expresa usted al final de la misma: «Como Nietzsche, direccionaron sus reflexiones hacia la superación de
una educación falta de pensamiento crítico y filosófico. Una educación
democrática como un puesto de combate de ideas». Y citaba en la misma a dos
grandes personalidades del pensamiento y la cultura en Colombia, Fernando
González y Estanislao Zuleta, como ejemplo del discípulo que supera al maestro
y que se supera a sí mismo. Pues ése fue también, a su manera y en su estilo,
Manuel José Sierra Rueda. Ahora que está muerto es que recuerdo a un poeta
querido el cual muchos devoramos siendo jóvenes, me refiero a Nikos Kazantzakis
-el mismo de la película «Zorba el griego»
que a tantos cautivó-, quien decía que los maestros son los que se ofrecen
ellos mismos como puentes, por los cuales invitan a cruzar a sus alumnos, y que
tras haber facilitado el cruce se desmoronan alegremente, al tiempo que los
alientan a que busquen otros espacios y creen sus propios puentes. Sí, Manuel
fue un amigo y un maestro hecho para la provocación del pensamiento, el cruce
de caminos, la autosuperación en la alegría de la escritura y la confrontación
en las tablas del teatro. Manuel, al que no volví a ver en lo que va de este siglo,
pero al que siempre he tenido presente en mis mejores recuerdos de cuatro
décadas.
Hay personas que llegan a nuestra
vida y muy pronto se van; otras se quedan un tiempo -corto o largo- dejando
huellas en el corazón y ya nunca uno vuelve a ser el mismo. Manuel es una de
esas personas, me dejó hondas enseñanzas de amigo presto y de maestro incitador
al cambio. Paz en su tumba.
Atentamente
Darío.
Armenia, 26 de noviembre de 2017
Hola Darío:
Observando la foto
que me envía Rosso y cayendo en la cuenta del segundo apellido que usted pone
de presente, se me vino la imagen del teatrero y dramaturgo español Lope de
Rueda. Dos coincidencias que los atan: Manuel como Lope fueron dos dramaturgos
trashumantes: Lope en una carreta recorriendo plazas y barrios en Sevilla, y
Manuel con tulas y maletos recorriendo los pueblos del Quindío (donde usted fue
uno de sus histriónicos). Lope fue el pionero del teatro tragicómico español
del cual bebieron todos, incluso Cervantes, que a sus 18 años vio por primera
vez su teatrín marcando su propio estilo de escritor de comedias, farsas y
entremeses. Sierra Rueda, venido de la capital, pero oriundo de San Gil, Santander,
aglutinó en la Universidad del Quindío a todos los que atraídos por el afán de
airear el ambiente rancio y parroquial de la provincia accedieron a su
invitación. De esa experiencia floreció el teatro en el Quindío, apareciendo
grupos como Casa Grande, Falcada, y otros. Hoy en día ha proliferado esta
actividad y casi todos lo recuerdan como a un hombre-actor que con su serenidad
y paciencia fue el abuelo bueno del teatro en esta parte de la Colombia
desangrada.
Abrazos.
Jairo
EN EL CEMENTERIO
En el cementerio caleño Jardines del
Recuerdo, los asistentes, congregados en austera ceremonia junto al ataúd con
el cadáver de Manuel, uno de sus más leales amigos de muchos años, Rubén Darío
López, pronuncia unas sentidas palabras; acto seguido ofrece el micrófono a
quien quiera decir algo antes de bajar el féretro a la tierra. Al instante, el
escultor Roselved Pérez G. (Rosep) -venido desde Armenia- se decide de primero
en tomar el micrófono... y declama de manera dramática: Definiciones
para esperar mi muerte, del inolvidable Homero Manzi.
DEFINICIONES PARA
ESPERAR MI MUERTE
Puedo
cerrar los ojos lejos de las pequeñas sonrisas que conozco
escuchando
estos ruidos recién llegados
viendo
estas caras nuevas
como si
de pronto los mil lentes de la locura
me
trasladaran a un planeta ignorado.
Estoy
lleno de voces y de colores
que
juraron acompañarme hasta la muerte
como
amantes resignadas al breve paso de mi eternidad.
Sé que
hay recuerdos que querrán abandonarme
sólo
cuando mi cuerpo hinche un hormiguero sobre la tierra.
Sé que
hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia.
Sé que mi
nombre resonará en oídos queridos
con la
perfección de una imagen
y también
sé que a veces dejará de ser un nombre
y será
sólo un par de palabras sin sentido.
Estoy
lleno de voces y de colores
unas
veces recogidos en el sonambulismo de la marcha
otras
inventados tras mi propia soledad
con ellos
se integrará un cortejo final de despedida
se
cambiarán en lágrimas y palabras piadosas.
Pero hoy,
en medio de lo que todavía no he podido amar,
evoco a
los marinos encerrados en las paredes altas de la tormenta
a los
soldados caídos sobre yerbas lejanas
a los
peregrinos que duermen bajo la sombra de árboles innominados
a los
niños que yacen contemplando el yeso de los hospitales
y a los
desesperados que entregan el último gesto
frente al
paisaje final e instantáneo de la demencia.
(Homero Manzi)
Luego de
tan dramática declamación, enciende su celular y lee con inspirado acento los
versos que le enviara otro amigo el día del velorio:
LA
COMEDIA HA TERMINADO
«En los estrados de Dios»
(Manuel José Sierra. In Memoriam)
Otro teatro... Sin improvisación.
-...Señor
Dios, allá al pie dejo mis cuentos,...
monólogos,
diálogos y advocaciones,
algunos
con un ala rota, aunque bien corren.
He
escrito con humo la idea de tomar
con
nuestro sino efímero lo arcano.
Queda la
ceniza del anhelo...
y en este
huir de mortales desplazados
a través
de rutas o destinos, acaso mutilados,
en
nuestro afán de mejores convivencias
recogemos
truncos numerosos caminos.
Allá dejo
los cuentos, con un ala rota... pero vivos.
El del
vuelo del Espantapájaros, digamos,
que astilló
sus caminos en las sombras
festivas
y ebrias de un cabodeaño cualquiera.
O el del
Quijote, Señor, casi De La Mancha...
el mío
propio -quiero decir- el del quijote que fui
durante
tantos años,
menos que
un loco,
un
quijote lunático...
Mas,
Señor Dios,
se le ha
escapado a Usted también de la mano
el haber
podido asir con lo efímero lo arcano.
Quedan
truncos los caminos de la tierra
al dolor
que se siente y que se nombra.
Y yo sigo
confiando, entre luces y sombras,
en
quienes visitan a los muertos en los cementerios,
en la
esperanza humilde y en la comunión cercana
de los
niños y los jóvenes que los acompañan.
(Donisio Stefan)
Integrante
del Grupo Esperanza y Arena, de Bogotá.
MENSAJE HALLADO EN UNA BOTELLA
Tres días después del entierro de Manuel José, otra vez llueve a
cántaros al sur de Cali, las aguas inundan la avenida quinta. En una esquina,
un transeúnte se escampa en el alero de un negocio; parado sobre una caja vacía
de cerveza que le han facilitado observa con cara preocupada cómo sube la
inundación, papeles y bolsas plásticas giran arremolinadas al remansar en el
recodo de la tienda; de pronto, el fortuito transeúnte ve flotando muy cerca de
sus pies una botella de vidrio de forma poco usual, se agacha y la rescata; es
una botella idéntica a un pomo de cristal de esos en que guardaban
sustancias los boticarios de la farmacias antiguas; de boca amplia y con tapa
gruesa de corcho, la botella deja ver en su interior una hoja enrollada.
Visiblemente sorprendido, el hombre saca su pañuelo y seca la botella con
cuidado... «¡Esto es increíble!» murmura el sujeto para sus adentros... y
procede a remover el corcho del frasco achaparrado. La hoja, enrollada y
amarrada con una delgada cinta roja, sale con facilidad. El hombre abre su
bolso de calle y deposita en él la botella con el corcho… En este momento de la
historia, la inundación ha perdido todo interés para él. Desenrolla, ansioso,
aunque con gran cuidado, la pequeña hoja como si se tratara de un secreto
antiguo y lee en silencio lo siguiente:
«Amigos:
“La comedia ha terminado”.
“Solo sobreviven los aplausos que amasan el alma y el recuerdo”.
“Los textos que hemos compartido son bálsamo para los dolores del barro
y fragilidad que nos envuelve”.
“La vida es primero un eterno monólogo, luego un drama o comedia y,
finalmente, un verso en un epitafio”.
“Con la muerte culmina la función. El teatro de la vida cierra sus
puertas y por las calles deambulan los recuerdos cogidos de la mano con la
memoria. Quizás, a la vuelta, en la esquina, en el bar de la nostalgia y
soledad, se embriaguen y lloren eternamente. O, tal vez, sean osados y viajen
con el viento por el universo de la paz y alegría del deber cumplido. Dentro,
en el recinto sacro de las tablas, un fantasma sonreirá, llorará, hablará,
callará...”
Fraternalmente
Helmo’s Bosali»
El hombre, trepado en una caja vacía de cerveza cual náufrago de la
posmodernidad, repasa a media voz el mensaje en letras negras escritas en una
máquina al parecer de las Remington viejas, la enrolla de nuevo, la introduce
en la botella y le pone el corcho. Sonríe feliz, piensa que su sobrino podría
montar en el colegio una bonita obra de teatro.
Compilador:
Darío Iturregui Duque
Armenia, 12 de diciembre de 2017